jueves, 24 de junio de 2010

Atapuerca, Burgos, la evolución y la involución.

Los cristales del museo de la Evolución Humana reflejan el río Arlanzón, la cebada y el trigo; la historia del mundo. Estábamos sobre el derruido castillo de Burgos a punto de contemplar la puesta de sol. Durante dos días habíamos recorrido los yacimientos de Atapuerca y escuchado a l@s sabi@s que llevan más de treinta años pidiendo a los fósiles que les cuenten los secretos de nuestra evolución. Y los fósiles han contado cosas como que el primer europeo estaba muy cerca de Burgos, también que hace medio millón de años existía otra especie humana que era inteligente y cuidaba de sus enfermos, pero sobre todo ha contado que hemos de aprender de nuestro propio pasado para poder crear un futuro consciente, respetuoso con el planeta en el que vivimos y con la vida que lo puebla. Desde lo más alto del castillo de Burgos veíamos la catedral, también el reflejo sobre el museo de los edificios donde los Reyes Católicos definieron parte de la conquista y colonización de América con las Leyes de Burgos, también los otros edificios que guardan dentro de si la historia negra de nuestra última guerra y del odio entre hermanos que sembró. Y el río, que con su agua cambiante y eterna, todo se lo lleva. Me pregunto por qué en esta pequeña ciudad las palabras evolución e involución han tenido tanto sentido que desde aquí se ha dictado una gran parte de la historia de este país y del mundo entero. Y algo dentro de mi me dice que quizá este nuevo museo, que también se refleja en el agua, pueda enseñarnos de ella para transformarnos.

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