lunes, 13 de octubre de 2008

ARHUACOS. NABUSÍMAKE





Soñe que los sabios de la Sierra Nevada me llamaban.
-Ven, decían, e -insistían-Ven, trae a Juan contigo.
Y aunque Juan ascendió solo hasta aquel lugar, yo nunca llegué a creer demasiado aquellos sueños, frutos de la noche o de la ensoñación que producen las plantas sagradas.
Pero los sueños siguieron. Soñé sus voces, sus luces, sus poporos, su sabiduría ancestral llamándome. Soñé con las mujeres indígenas llamándome. Soñé con aquella tierra considerada el corazón del mundo llamándome. Y no pude hacer otra cosa que inventar una forma de ascender hasta las mismas entrañas de la sierra.
He ascendido a finales de agosto, cuando, de nuevo, las lluvias rompieron parte de la montaña, que cae peligrosamente en el abismo. Si miraba hacia abajo desde el jepp, consciente de que la muerte estaba a solo un resvalón, sonreía y me pregunté por qué fui hasta allí, por qué tengo esa manía de seguir mis sueños. Luego escuche a Amparo, que me habla de cómo la cultura arhuaca corre el riesgo de desaparecer.
Yo ya sabía todo aquello. Hacía casi tres años que viví diez días bajo el techo de una familia indígena en plena sierra. Tres años que los sabios me hablaron del malestar de la tierra, del lenguaje del agua, y de cómo cada persona, animal, árbol o, incluso, piedra, tiene su razón de ser en el universo y hay que respetarlo. Tres años hacía que descubrí que el pueblo arhuaco vivía para proteger el corazón del mundo. Y a lo largo de esos tres años no pude ni quise olvidarlo.
Al llegar arriba caminé sola hasta la casa de Elisabeth, la mujer que antaño me tradujo a los ancianos.
Pregunté a sus vecinos, y deseé no encontrarla. ¿Para qué? Su casa estaba rodeada de soldados y entré por la portezuela que da a la huerta. Elisabeth me miró, sonrió y nos abrazamos. Después de decirle que ya no venía en nombre de Moisés pero sí en el nombre de mis sueños sonrió, de nuevo.
-Has hecho bien en venir. Has llegado en el momento justo.
Hablamos durante horas sobre ella, sobre la mujer arhuaca que se considera a si misma portavoz de la naturaleza, sobre el momento de la sierra.
-Elena, has venido en el momento justo, te pido ayuda, necesitamos trabajar por el futuro del pueblo arhuaco. Necesitamos ropa, los niños están desnutridos, material escolar....
Elisabeth enumeró varias formas para ayudarles, y, con ello, ayudar a su pueblo a proteger el corazón de nuestro propio universo. Y ahora que he regresado soy yo quien pido ayuda para ellos. Si a alguien se le ocurre alguna forma ...que lo diga, seguro que la sierra ya ha empezado a llamarle.




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