Malecón de Havana, noche de luna creciente. Estoy acompañada por F., un joven de piel morena que hace de Cicerón y me arrastra a su mundo, porque sí, porque quiero.... A estas horas, cuanto la Havana vieja se viste de fiesta para el turismo, cuando las jineteras contornean sus cuerpos y los jineteros buscan presas blancas de bolsillos generosos, los amigos llegan hasta F. para charlar sin sin censura y con la pasión mestiza que llevan dentro. Lo hacen al amparo de un ron, y olvidan el color de mi piel, mi nacionalidad, la promesa de riqueza y prosperidad que cualquier extranjero es aquí. Soy invisible.
Y así me entero que ahora los pescadores tienen prohibido salir a pescar. En Havana no hay pescados sólo peces, me recalca con ironía F. Me entero de que hay cortes de agua corriente un día sí y uno no. Me entero de que un sueldo medio no alcanza para comer, pero hay que comer, cualquier cosa, pero-hay-que-comer . Y después hablan sobre Fulanito, Fulanita, Menganito y Menganita que se le ha llevado casada/o una inglesa, una francesa, un americano, una española y que ahora tienen coche, tienen hijos y, de vez en cuando, vuelven a Cuba con divisas. Y también Zutabito y Zutanita, y Menganito 3. La retaila de nombres de hombres y mujeres casados con extranjeros parece interminable, como si hubiera una fiebre por casarse fuera, el clavo ardiendo al que aferrarse. Pero fuera se come, se puede viajar, se puede ser feliz. No hablan de amor, de las cosas que unen o separan, pero sí hablan del mal de la soledad que a algunos les coge después. Cuando F. me mira y descubre que les ando juzgando me propone vivir como él: Deja tu pasaporte y quédate en mi casa. Desayunaras un pan si hay, leche si hay, almorzarás cuando se pueda. Si tienes la menstruación tendrás que hacerte paños con la ropa vieja. Quédate, que vas a escribir tu propia historia, será un best seller y será real.
Sentada en el malecón de Havana veo pasar la gente, las mujeres que venden manís con labios pintados de rojo, los hombres que ofrecen chicharrones, las jineteras y sus vestidos rojos, los pescadores. De nuevo soy invisible.
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