jueves, 2 de octubre de 2008

Juan, el del cuerpo tatuado.

Llevaba el cuerpo tatuado con dibujos de la Naranja Mecánica, con grandes ojos, grandes hojas, grandes estrellas anarquistas. Llevaba chaleco, sombrero, luces y sombras en la mirada. Una voz grave, sencilla, directa. Algo que te enmudece. Y al enmudecer tuvo que contarme su vida. Ahora es artista, practica la revolución positiva, la guerra del arte, la escucha. Él y los suyos han tomado ciudades ocupadas por los paras a base de pinceles, han enseñado a los niños a hacer camisetas de protesta, han exorcizado los fantasmas del miedo a base de rituales, de rituales blancos. Y ha sido un milagro.
Cuando era niño al padre de Jual lo mataron, a su madre la desplazaron, creció de casa en casa y de puerta en puerta. En la adolescencia pertenecía a una banda callejera de izquierdas, al odio y a las drogas. El arte debió hacerle renacer. Ahora toca la batería en una banda de hip hop, ayuda a los desplazados, transforma el mundo en ese otro mundo que, cuando era niño y vivía su padre, soño.
Escuché su historia casi en silencio, y ahora pienso si los tatuajes de su cuerpo no son como los grafitis, las camisetas, los murales que los suyos hacen: Formas que transforman, cantos en la oscuridad.

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