Volamos juntas, ya de regreso a España, de regreso a la paz de mi mundo, a la dulzura tranquila de mi gente, a ese tempo sosegado de mi vida. Miro a mi alrededor y veo una mujer que, como yo, viaja sola. Es colombiana de piel trigueña y sus ojos, intranquilos y castaños parecen querer hablar, querer cerrar el periplo que comenzó hace tres semanas, el círculo al que me ha llevado este viaje: La montaña con su lenguaje indígena, la llanura con su esperanza colona, la amazonía con su guerra tenaz, sangrienta y hambrienta de dolor, interminable. Llevo el corazón cansado y lo sé, las espaldas cargadas de historias de muerte y locura que otros me han hecho sentir, el alma encerrada en si misma como si dijera que no, que así mejor no siente. Y no siento, y tendrán que pasar varios días para que vuelva a sentir el pálpito de la vida bajo mis venas. La energia de dolor está sobre mi, pero como ya he vivido sé que en casa todo pasará, el tiempo irá borrando la memoria como hace siempre y llegará un momento en el que vuelva a sentir que sólo existe este mundo en el que vivo, esta forma nuestra de mirar, esta paz que puede llegar a aburrir. Y esa idea ahora me da sosiego. Aburrir. Presa de mis pensamientos, pero atraída por cierta solidaridad de género que no sabría muy bien explicar, le pregunto a la mujer si puedo sentarme junto a ella y me dice sí, siéntese. SIÉNTESE. Y cuando empieza a hablar vuelvo a sentir esa magia del viaje, y ese otro viaje que siempre responde a mis preguntas: Hace tres semanas me pregunté por qué tantos colombianos en España, por qué más allá de lo puramente económico. Pero también siento ese dolor agudo prendido sobre mi, como si alguien me pusiera sal en el centro del pecho, sobre una herida invisible, sobre una queñadura infectada.
Y ahora ella me contesta:
"En la plaza de mi pueblo hay un oso perezoso. Nadie sabe cómo ha llegado hasta allí, pero allí está, sobre un árbol. Tarda semanas en bajar, y la gente le mira y le mira", mientras habla tengo la sensación de que ese oso perezoso va más allá, es como la calle de la infancia de Millas o, incluso, la luz que forma las sombras para Platón. Todo eso y más. Su pueblo es San Carlos, en Antioquia, allí acaban de detener al alcalde por corrupto y paramilitar. Dominado por la guerrilla durante años, ahora el campo se ha quedados sin campesinos, la ciudad sin obreros, la gente se ha vaciado o se ha corrompido. Y sigue corrompiéndose. "A los jóvenes se les acostumbra a la vida fácil. En vez de trabajar se hacen paramilitares o guerrilleros. Eso es lo que hay." "La muerte aquí es rentable, a los desplazados el gobierno ahora los ha vuelto a pagar para que no regresen a sus tierras, les acostumbra a la vida fácil para no volver".
Sus palabras caen como sentencias sobre mi. Incluso hay cierta belleza en su forma dura de expresarse. ¿Cómo seguir viviendo así?¿Cómo?
"¿Qué harán mis hojos ahora?¿En qué pensarán? Me dice la mujer, ¿En qué pensarán?" Es la primera vez que sale de Colombia, la primera vez que toma un avión, la primera vez que deja su casa, a sus hijos, a su compañero. Y no es joven, Debe andar entre los cuarenta y cincuenta años y, aunque tiene trabajo en España, no le va a ser fácil, pienso.
Y cuando le miro, veo sus uñas pintas y le aplico mis prejuicios sobre la emigración económica, le pregunto que por qué se va a España, le pregunto si merece la pena dejarlo todo para estar en un país que no conoce. Le pregunto y casi me arrepiento de preguntarle. ¿Por qué me voy a España?
"Dejo a mis hijos, dejo a mi compañero, lo dejo todo". Es difícil dejarlo todo. Pero ¿Cómo vivir así?
Entonces me habla, me narra las noches sin dormir en San Carlos, los muertos gratuitos, el miedo. "Unos vecinos acusan a otros. Nadie se fia de nadie. No confias en nadie."
Sin embargo, sonrie cuando ve en la pantalla plana del avión un oso hormiguero moviéndose en el aire, como si ese singular mamífero, su paz e inercia, su incapacidad para moverse durante semanas, simbolizara lo más hermoso de todo cuanto deja atrás; parte de aquella vieja paz que ahora desea volver a encontrar.
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