miércoles, 27 de agosto de 2008

Los mil mundos.

Barrio de la Soledad, ocho de la noche en Bogota, frente a una tortilla de patatas. Tras los cristales que nos separan del frío, la gente a mi alrededor habla alto hasta igualar el volumen de la música tecno que lo ensordece todo. Un hombre entrecano con rasgos europeos muestra una hoja cómico- crítica sobre la nueva colonización de las empresas españolas, sobre la vieja colonización de la corona española, después se ríe. Nos las hace ver, como si fuera un valiente, como si nosotros nis sintiéramos parte de aquello. Tras él, invisible, otro hombre abre las bolsas la basura con la ansiedad de perro callejero. Juraría que sus rasgos son indígenas. Entonces vuelvo a mirar al de la risa, cuyo rostro blanco habla de su pasado oligarca. Pienso en los míos, en la tierra que cultiva mi padre y en sus manos; en los indígenas de la tierra en Europa. Le miro una vez más y recuerdo aquel dicho: "el dedo que acusa se acusa".
Esta imagen resume Bogotá y el mundo, estos dos hombres me hablan de quienes cohabitan sin molestarse en las calles capitalinas, intelectuales y burguesas de aquí y allá; de la falsa memoria; de los muchos universos de miseria.

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