"Lo dejo todo atrás. Me voy de España. Ni imaginas lo que es ser inmigrante", me dijo María ayer, de frente, mientras dentro de sus ojos brillantes parecía querer decirme otras muchas cosas. Y lo que me dijo sirvió para derribar unos cuantos prejuicios y cuestionar otros tantos. María parece una mujer de sangre mestiza: piel morena, pelo azabache, ojos carbón. Sus uñas son delicadas. Sus formas de estar sugieren una educación cuidada: -"soy informática, pero he dejado de trabajar para estar con mis hijos"-. María viaja con sus dos hijos y un perro chiguagua al que llama Clarita, que lleva una cadena plateada en el cuello. Y viaja para no regresar. Desde hace diez años vive en un pueblo alicantino nuevo, dentro de una casa ajardinada y grande, cuya piscina sufre de soledad porque los niños, demasiado atentos a la tele y al ordenador, la han dejado de lado. Pero al menos una vez al año, vive en un apartamento situado en una zona cara de Medellín y los fines de semana viaja a la finca donde vacas, terneros y bosque le recuerdan que pertenece a la Tierra. Esa es la vida hacia la que huye en este instante. Ella es una más de los cerca de 300.000 inmigrantes colombianos con permiso de trabajo en España, la tercera población inmigrante en nuestro país. Pero hoy ella tiene pasaporte español y un marido cuya profesión les permite vivir bien.
Estábamos dentro de un avión rumbo a Bogotá, Colombia. A nuestro alrededor cientos de personas de pieles mestizas y manos duras por el trabajo ríen, se afanan, gritan por volver a casa. La tensión, sutil, deja notar sus dedos y hasta contagia. Pero María, ajena al creciente ruido del entorno, sigue hablando, reprochando, juzgando sus últimos años: "España es racista, xenófoba. Todo el tiempo tienes que demostrar que no soy puta o de la mafia", continua. "Si intentas ayudar a una anciana a cruzar la calle te dice que le dejes en paz. No, no soporto más esto. No quiero que mis hijos crezcan aquí".
Sus hijos juegan con el perro junto a nosotras, pintan, parecen disfrutar de este pesado viaje, y yo, que tengo una tendencia natural a empatizar comienzo a sentir los reproches casi como propios, como si esa anciana hubiera sido yo, como si esa gente que le ha hecho volver a su país fuera un poco parte de mi, de esa extraña sención de peligro que a veces me invade cuando regreso sola a casa. María parece haberlo notado y, para tranquilizarme, añade. "Creo que se han hecho las cosas mal, que debían haber preparado a los que llegan para adaptarse a este país; que debieran haber preparado a los de aquí para adaptarse a los que llegan. Ha llegado mucha gente en muy poco tiempo".
És entonces cuando me da una clase magistral sobre economía del trabajo, sobre cómo comprar y vender pisos para ganar más, sobre cómo sobrevivir a la crisis. Porque me cuenta cómo en estos diez años han logrado hacer una pequeña fortuna, crear puentes entre España y Colombia, comprar y vender piso tras piso..."Todo lo que tengo aquí lo dejo atrás. Pero si me voy de España es por la soledad, no soporto más esta soledad."
Nos separamos a llegar a Bogotá donde, curiosamente, yo tomo un taxi en dirección al barrio de La Soledad. Entonces me da por pensar si encontrarme a María no ha sido una especie de señal.
Isis y Asuan
-
¿Te vienes a Egipto?
"En el templo de File, a once kilómetros al sur de Asuán, se adoraba a
Isis, diosa de la maternidad, la capacidad de entrega y el amor ...
Hace 13 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ñññ