jueves, 8 de abril de 2010

Paco y la soledad urbana

"Ellos saben todo lo que hago. Saben quien entra y quien sale. Saben incluso lo que escribo. En cuanto doy al boton ellos saben que les estoy haciendo una señal y me hacen una señal a mi. Esto es increible pero es cierto", me dijo feliz de ser el foco de atencion de aquella gente tan lejana, de los dioses invisibles, de los locutores de radio que pinchan la musica que le acompaña. P. es el frutero de mi barrio, un hombre afable que hace milagros para mantener la fruta muy por debajo de los precios del mercado, y que sobrevive con una clientela escasa en una tiendita que hace esquina. A menudo te encuentras las estanterias sin nada o con muy poco porque, te dice, "cada vez la gente compra menos.
Llevo años pensando que va a cerrar de un momento a otro y le voy echando de menos. Por algo es un hombre singular. En el techo de su tienda hay telarañas y a veces las arañas de patas gigantescas pasan de un hilo al otro sin temor a ser descubiertas. Pero en su tienda hay bancos de madera para esperar, revistas para pasar el rato, informacion sobre la ventajas del consumo de frutos, chistes, abuelos y abuelas, vegetarianos convencidos y gente de bien que suele aguantar su lentitud. Pese a que esta en pleno Madrid cuando entras sientes que te has ido, que han cruzado una puerta interdimensional. Y algo asi debe ser.
Ultimamente P estaba extraño. Su musica anclada en los ochenta se escuchaba desde muy lejos y la sonrisa no abandonaba su rostro. Pense que esa era la señal de su fin, de su soedad y pobreza, y me equivoque. El otro dia me confeso su secreto: "He descubierto que han puesto un aparato para controlarme. Les he escrito tantas cartas que han decidido estar siempre cnmigo. Les escribo, les digo lo que pienso, incluso si no les escribo tambien saben lo que digo en la tienda. Es rarisimo pero los de la radio tienen aparatos alli para saber lo que pasa en esta tienda".Durante un buen tiempo P me conto como habia descubierto que le hacian guiños, que le controlaban y que le cuidaban los locutores de la emisora que siempre escucha. Dudaba si contarselo a su mujer para no ponerla celosa. Despues me confeso que no se iba de vacaciones porque ese era el mejor sitio en el que podia estar. He estado dandole vueltas a su historia estos d´´ias, vueltas a sus argumentos de loco, a la musica sonando y a la risa de niño al contarme su historia. Y entonces descubri que nunca le habia visto tan bien, tan pleno, tan feliz. P ha inventado un amigo, uin complice en la radio, alguien capaz de cuidarle en la distancia. P ha conseguido escapar a la crisis que le arruina, a la terca soledad que le mantiene aislado, a su raz´´on.

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