
La fotógrafa de Cervera de Pisuerga ha muerto. Se ha ido una gran artista, una pionera, una mujer que supo descubrir el mundo en el que había crecido con esos ojos del extranjero que se sorprende a cada instante. Pero, sobre todo, se ha marchado una mujer sabia que hablaba sin pudor de las voces de los árboles, de los abuelos, de los ríos y la naturaleza. Gracias a ella siguen en pie árboles, rincones, memoria. Conocí a Piedad hace más de dos años mientras escribía un reportaje para Geo sobre Castilla y León. Hablamos durante varias horas sobre el mundo en el que ella había crecido y el mundo de hoy. Pese a que entonces ya había cumplido 81 años su pasión por lo que hacía y la necesidad de despertar a la gente me hizo ver en ella a una mujer joven, casi a una niña que hablaba sin pudor de cómo el ser humano había cambiado tanto en tan poco tiempo, también de la desmemoria. Piedad estaba en el hospital cuando regresé. Hace una semana estuve en su casa y tuve la suerte de contemplar su impecable trabajo fotográfico: Mujeres costureras, pastores trashumantes, niños en el colegio, moribundos encamados que reciben la extrema hunción; ataudes y nacimientos, mujeres que dan el pecho a niños recién nacidos. Fiestas, entierros, comuniones, fotos de grupo. Retratos de mujeres, hombres, niños. Jinetes. Vida y muerte. El paso del tiempo quedó atrapado por su cámara. Cada fotografía nos sorprendía más tanto a mi compañéro como a mi. Piedad antes de ser fotografa lavaba en el hielo, después recorrió con su moto la montaña palentina año a año y supo adivinar que era una testigo unica de su tiempo. O lo hacía ella o nadie lo haría por ella. El mundo en el que nació se estaba extinguiendo y supo verlo a tiempo. Piedad no tuvo elección: Respondió a la responsabilidad de hacer de puente, de voz, de lente.
A lo largo del camino una encuentra muchos maestros, pero pocos te enseñan a descubrir lo que las cosas más sencillas te dicen. Con algunos maestros compartes un trecho, con otros una mirada, una charla, una entrevista. Piedad Isla fue una de esas maestras que la vida me regaló. Me di cuenta cuando dejamos el museo después de ver una mínima parte de su generoso legado fotográfico. En cada foto aprendí el profundo respeto con el que miró el mundo, la delicadeza con la que entraba en el alma, el amor a lo que hizo. Aprendí que ese amor, ese respeto, esa delicadeza se contagian. Pero también pude ver su forma de mirar. Hoy no puedo parar de pensar en una fotografía que sin parecerme especialmente buena llamó mi atención. Eran unas manos de mujer que dejaban escapar el agua. Max, su ayudante, nos la explicó: "Ella decía que hay que dejar ir. Las cosas, la gente se van de las manos como se nos va el agua". Y yo pienso en toda la gente que se ha ido como el agua. Gracias Piedad allá donde estés.
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