domingo, 25 de enero de 2009

Amayuelas, mundo rural y sueños cumplidos.


Acabo de llegar de Amayuelas, hemos salido de allí poco antes del atardecer, mientras la gente aún comía caldereta de bacalao con patatas en la nave donde poco antes se vendia y compraba artesanía, se pedían firmas para impedir que una carretera más rompa las hoces del Ebro, se soñaba la forma en la que hacer realidad los sueños. Hoy es el fin de la fiesta, el fin del encuentro, la despedida. Pero hoy es también, al menos para mi, el día en el que pensar en qué es Amayuelas, en qué me ha dicho hoy pasear entre sus casas decoradas con flores gigantescas, colores que contrastan con el paisaje rotundo de estepa. Abrazos, reencuentros, despedidas eternas.
La primera vez que llegué a Amayuelas hacía frío como hoy, el pueblo estaba solo y hacían adobes. Hablé con todos ellos y cada uno a su manera me dijo que apostaba por vivir en la tierra, por no permitir que el olvido se llevara la sabiduría tradicional de la gente del pueblo, esa forma casi indígena de vivir en equilibrio. Fuimos a los corrales, a los viveros, al palomar... Recuerdo también lo que sentí: la raíz que me une a mi propia tierra.

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