miércoles, 17 de diciembre de 2008

Cervera de Pisuerga y la casa de los duendes.



Hace mucho mucho tiempo un grupo de amigos soñó con crear una pequeña utopía a su imagen y semejanza. Todos ellos y ellas tenían en común la pasión por la naturaleza, una sorprendente inquietud por todo, el respeto por la sabiduría de los abuelos, la necesidad de ser parte activa del mundo rural y la necesidad de seguir creciendo, debatiendo, cuestionando, impregnándode de vida. Pero al mismo tiempo cada uno de ellos tenía -tiene- algo que le hace especial, irrepetible, tremendamente personal y humano; tremendamente humilde. Hace años tuve la suerte de conocerlos, de aprender de cada uno de ellos, de sentirme parte de esa minúscula utopía que consiste en compartir un espacio en el que seguir soñando para poder seguir construyendo otras realidades; las propias realidades. Cada uno la suya, pero todas ajenas a la corriente impuesta y mi vida cambió. Hace cuatro días volví a estar con ellos, volví a la casa y escuché el crepitar del fuego, ese crepitar que me hablaba de pasiones encendidas, de noches de charlas sin fin. De utopías realizadas y de las muchas que quedan por realizar.


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