Estoy el el corazón de Palestina, de camino a Jericó, sentada en una silla rota en uyn cruce de carreteras. Varios conductores han revoloteado a mi lado como buitres que se sortean su presa. Es mi primera vez aquí, no puedo caminar hasta ningún lugar conocido. Estoy sola y no hablo árabe. Soy la única mujer, y la única europea. Discuten hasta hacerme buscar abrigo. Y lo encuentro. En el centro de la mediana dos hombres me invitan a sentarme, y sus ojos dicen que confie. Es una estación. Hay furgonetas, taxis, revuelo. Ruido, pero me siento bien. De pronto uno pregunta mi edad, mi procedencia el por qué deseo ir precisamente hoy a Jericó. Y me dice que espere, que espere, que espere. Que alguien pasará que vaya hasta allá.
Y espero y espero.
Narguile en mano, el hombre fuma despació y comienza a hablarme de él: "Tengo cuatro hijos, el pequeño tiene cuatro años. Antes trabajaba en cosmética pero ahora trabajo como conductor. Y espero, y espero.
Pero el hombre en este instante sólo conduce su voz.
-Me pregunta: ¿Qué haces tú?
-Se contesta: Esperas.
-¿Qué hace ese y aquel y aquel otro?
-Se contesta: Esperan. Yo también espero.
-¿A qué, le pregunto?
-A mañana, espero a mañana. Pero mañana también esperaré y pasado. En Palestina todos esperamos.
-¿Qué esperais?, le pregunto.
-Nada, en Palestina esperamos pero no esperamos nada.
El hombre, que tiene los ojos negros, barba y el rostro de ser más joven de lo que aparenta vuelve a fumar la shisa de manzana y expulsa el humo, que nos acarica como gigantescos dedos y me dice:
-A mi me gusta mucho Tel Aviv, la capital de Israel.
-¿Tel Aviv? Le pregunto.
-Sí, Tel Aviv, me gusta muchísimo. Y también me gusta muchísimo la gente que vive allí. Los conozco he trabajado en esa ciudad y tengo muchos amigos allí. Me gustan los israelíes.
Son buena gente, nos entendemos bien. Pero lo que ocurre es política, sólo política. La gente es buena, pero la política...
El hombre me mira y vuelve a fumar, como si al menos hoy la espera hubiera merecido la pena porque le ha traido hasta que escucha y que quizçá escriba lo que me cuenta.
Al llegar a la casa encuentro a un joven periodista que apenas hace tres horas que ha regresado de Gaza. Y mientras cenamos deliciosos manjares cocinados por un alma buena, cuenta:
-!Es increible! El otro día me encontré a un conductor palestino y me habló de lo mucho que le gusta Tel Aviv. Y en Gaza durante unos días Hamás estuvo en campaña de "vamos a por Tel Aviv".
Mientras el periodista recordé que el hombre de la espera no me habló ni de los muertos, ni de su hambre ni de su miedo, sólo quiso compartir conmigo sus recuerdos.
Recordé que, después, sonrió, y dijo: Ve, corre. Ha llegado tu autobús. !Disfruta de Jerico!
Él aún espera.
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