sábado, 18 de abril de 2009

Mussolini, Predapio y la memoria perdida.

G. quiere gritar al mundo lo que cada día observa en su Predapio porque teme que el mundo haya olvidado. El pequeño pueblo donde vive es conocido porque allí nació y fue enterrado Mussolini. G. es un hombre enjuto, de ojos azules y sinceros, que no quiere decir su nombre por miedo. Un detalle de su personalidad es que desde antes de comenzar la crisis el aplicó a la economía familiar una austera política de ahorro. "Era evidente lo que iba a pasar. Sólo había que leer los periódicos", me dice convencido. Otro detalle es que en el reciente terremoro del centro de Italia G. ha enseñado a los ancianos las formas para prevenir enfermedades a la comunidad porque sabe que ellos son aptos y los jóvenes no; también que los ancianos aún tienen en la memoria la escasez de la guerra y la forma en la que ante la crisis se puede sobrevivir.
G. observa como cada día llegan peregrinos a la tumba de Mussolini, también observa cómo los escaparates de algunas tiendas lucen carteles que prohiben la entrada de musulmanes, observa también como los jóvenes ignoran lo que un día ocurrió en su pueblo, ignoran que hubo una gran guerra, ignoran que todo lo ignorado puede repetirse. G. me ha hablado de desmemoria, de cómo trabajan por la paz sino por el olvido, de Silvio Berlusconi y el populo populista que lo vota. De la mafia. Mientras hablaba algo en mi podía sentir su miedo, su angustia, su impotencia. Después me ha hablado de la crisis, de cómo transformará al mundo, de cómo nadie se escapa a ella. "La crisis en Italia va muy bien, como crisis, claro", me ha dicho. Y, sin querer, he retenido su miedo, lo he sentido como propio y lo intento transformar en esperanza: La historia no tiene por qué volver a repetirse, por eso está ahí. La memoria depende de cada uno de nosotros, también el futuro. De ti, de mi; de avanzar en la comprensión de lo propio y lo ajeno, en el trabajo diario, quizá en alejarse de la negación de las otras realidades.

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